En aquella casa que yo amaba
Que tanto tiempo había habitado
A pesar de ser mía de nacimiento
Las paredes no eran mías
Sino de quien las había pintado.
Mis cobijas polvorosas pero cálidas
Mis goteras que manchaban el tapizado
Las visitas me decían de hacerle arreglos
Mas mi casa es mía y de nadie más
Así feíta la quería, sin narices ajenas picando.
Un día llegaste golpeando a la puerta
En el poyo esperaste, confiada y arrogante
Sabías quién era, qué hacía, qué quería, y qué maldad
Cerraste con llave al entrar, tiempo no tuve de resistirme.
Pintaste de colores mis paredes, tiraste todo lo demás
Tanto que te gustaban, fue muy abrupto
Lo odié al principio, la casa era mía y de nadie más
Duró poco, pues orgullosa estabas, qué bien me sentó.
Compartimos todo lo mío, penas, miserias y alegrías
Cuándo sabré de ti, que te niegas de decirme
Tu nombre no me has dado, tus paredes sólo conozco
Tus lienzos llenos de color, fragancias y esencias
Me veían alegre y agüitado, ellos hacían que me relajase.
Un fatídico día, dejaste de pintarlas
Tus paredes se marchitan si no las sigues cuidando
Llévatelas que no las quiero
Pues mi casa es mía y de nadie más
Así feíta la quería, sin narices ajenas picando.
– Enrique Cruz